Algunas personas se imaginan al adicto como una "fiera desesperada" que busca drogarse las veinticuatro horas del día, todos los días.
El criterio que aplican es el siguiente: si uno lo hace todos los días, entonces es adicto.
Lo que se sigue a esta falsa creencia es la igualmente falsa creencia inversa: si uno no lo hace todos los días, entonces de ningún modo es adicto.
La realidad es que el hecho de que algo se haga o no a diario no constituye un criterio acertado para determinar si una persona es adicta o no.
La mayoría de los adictos a drogas no consumen a diario sino que hacen un abuso esporádico de ellas, alternando períodos de consumo diario con períodos de abstinencia o de consumo controlado.
Es importante comprender esto, porque, partiendo de ese criterio erróneo, muchas personas adictas suelen persuadirse, y convencer a otros, de que no tienen ningún problema.
"Yo no bebo todos los días, así que ¿cómo habría de tener un problema?", o "sólo consumo cocaína los fines de semana. Si fuera adicto, lo haría todos los días."
Con algunas drogas y actividades, hasta es teóricamente posible (si bien improbable) que una persona incurra en ellas a diario y no sea adicta.
Como veremos, entonces, no es tanto la cantidad ni la frecuencia lo que cuenta, sino cómo afecta, tanto en el mismo momento, como en lo que se refiere al efecto global que tiene en la vida.
Básicamente, incurrir en el uso de una droga o en una actividad constituye una adicción si está causando problemas y se sigue haciendo, a pesar de ello.
Por supuesto, esto tiene muchos matices. Uno de ellos, y quizás el más importante, lo constituye la consciencia que tenga el individuo de que dicha conducta le está causando problemas.
¿Cuál es la motivación para usar la droga?
Aquí es donde entra la psicología. El factor distintivo clave es para qué se está usando la droga o actividad en cuestión.
Si la persona bebe para mitigar una "tensión" interior, por ejemplo, lo más probable es que no se trate de una mera "costumbre social”.
Si tiene relaciones sexuales para evadirse de ciertos sentimientos insoportables más que para expresarse sexualmente, es muy factible que se trate de una adicción.
Si la principal razón que uno tiene para conservar una determinada relación es evitar sentirse solo, se la está usando como adicción.
En síntesis, si uno incurre en algo para cambiar su estado de ánimo porque éste le resulta intolerable, eso lo llevará por el camino de la adicción.
¿Qué define una adicción?
La adicción a cualquier cosa es diagnosticable. Sus síntomas pueden ser reconocidos y descritos. Pero hay un punto en el que la enfermedad todavía no existe y un punto en que sí.
El problema de diagnosticar una adicción es que el primer paso lo constituye la consciencia de la persona de que la padece.
Esto se debe a que, a menos que la persona adicta esté dispuesta, lo más probable es que se ofenda ante el diagnóstico ajeno y lo rechace.
Lamentablemente, sin embargo, el adicto suele ser el último en enterarse de su propio problema. Con todo, tratar de convencer a una persona reiterándole el diagnóstico de su adicción es inútil y, hasta cierto punto, contraproducente.
Lo mejor que se puede hacer -en lugar de ponerle una etiqueta- es transmitirle a la persona reflexiones concretas sobre su conducta y sobre el modo en que ésta le afecta a él y a sus personas queridas.
Si la conducta adictiva persiste, puede requerirse una confrontación más planificada o guiada por un profesional. Los centros de tratamiento ofrecen actualmente ésta y otras formas de ayuda a la persona afectada por la adicción de otra.
Washton (1990), en su magnífico libro Querer no es poder, recoge cuáles son los cuatro signos de la adicción:
1.- Obsesión
La conducta adictiva es, por lo general, apremiante y desgastante. El impulso que experimenta un adicto ha sido descrito como un "mandato interior". Es como si uno se viera obligado a hacerlo, pese a cualquier otra consideración más "racional".
Si uno es adicto, también tenderá a organizar su vida de un modo que facilite su obtención de la droga. Según cuál sea su adicción, tratará de asegurarse de que nada interfiera en ella. Protegerá la obtención de su droga a toda costa.
2.- Consecuencias negativas
"Los criterios para establecer si un individuo es adicto [...] deben centrarse en la nocividad del hábito para el individuo [...]".
"Su efecto de limitar otras fuentes de gratificación, la percepción por parte del individuo de que el hábito es imprescindible para su funcionamiento y el hecho de que la privación del hábito trastorna todo el sistema social, psicológico y físico de la persona". (Stanton Peele)
Lo que hace que una adicción sea una adicción es que se vuelve en contra de la persona. Al principio se obtiene cierta gratificación aparente, igual que con un hábito.
Pero, tarde o temprano, la conducta empieza a tener consecuencias negativas en la vida... y sigue manteniéndose a pesar de ello.
Las conductas adictivas producen placer, alivio y otras compensaciones a corto plazo, pero provocan dolor, aflicción y más problemas a largo plazo.
Relaciones
Una persona adicta suele quitarle tiempo a las relaciones con su familia y sus amigos para buscar la droga o recuperarse de su uso, lo que da por resultado incumplimiento de proyectos, desinterés sexual, discusiones y un creciente resentimiento.
Trabajo
La persona que tiene una adicción puede comenzar a restarle tiempo a su trabajo para buscar la droga o recuperarse de su uso.
Finanzas
Destinar dinero a prácticas adictivas tales como las drogas, las apuestas, el sexo o las compras, inevitablemente determina que quede menos dinero para otras cosas.
Buen juicio y conducta
Bajo el dominio de la adicción, las personas hacen cosas que no harían habitualmente, pues ésta se ha vuelto más importante para ellas que casi ninguna otra cosa.
Salud física
La búsqueda incontrolada de un elemento alterador del estado de ánimo cualquiera lleva a menudo a descuidar la salud física.
3.- Falta de control
Si se adquiere una adicción, por lo general se será incapaz de controlar o detener la conducta correspondiente, a pesar de todas las buenas intenciones o las promesas que se hayan hecho.
El rasgo distintivo de la conducta adictiva es que, al tratar de controlarla, la voluntad no es suficiente. La sustancia o actividad en cuestión es la que controla al individuo, y no al contrario.
4.- Negación
A medida que los adictos empiezan a acumular problemas en el trabajo y en el hogar -virtualmente en todos lados- como consecuencia de su adicción y su descuido de los problemas que se les crean, inevitablemente comienzan a negar dos cosas:
- Que la droga o actividad en cuestión constituya un problema que no pueden controlar.
- Que los efectos negativos en sus vidas tengan alguna conexión con el uso de la droga o actividad.
¿Existe la personalidad adictiva?
La personalidad adictiva existe a lo largo de una línea continua.
Todos hemos crecido en una sociedad adictiva en medio de condiciones que engendran una vulnerabilidad a la adicción. La mayoría de nosotros nos situamos en algún punto de esa línea continua.
Somos vulnerables en distintos grados según cómo somos en nuestro interior... no según dónde vivimos, cuánto dinero ganamos o de qué color es nuestra piel.
Algunos de estos factores pueden influir en que nos convirtamos en adictos, pero no son determinantes en nuestra adicción.
Mucha gente cree que lo que el adicto necesita es un mayor autocontrol: "Si ella se esforzara más, seguramente podría dejar de beber (o de comer demasiado, o de enamorarse de hombres inaccesibles, o de consumir cocaína). Lo que le hace falta es fuerza de voluntad".
De hecho, lo que le impide recuperarse a un adicto es confiar exclusivamente en su voluntad.
Recurriendo a la fuerza de voluntad se puede apartar de una adicción durante una semana, un mes, o incluso por más tiempo.
Pero, tarde o temprano, cuando la vida lo someta a fuertes tensiones, lo más probable es que recaiga.
La voluntad no es suficiente porque surge del propio modo de pensar que causa la adicción: la creencia de que hay una solución rápida para todo y que, si ejercemos el debido control, podremos evitar todo dolor y malestar.
Recurrir exclusivamente a la fuerza de voluntad para atajar una adicción es lo que se denomina un cambio de primer orden.
Nunca da muy buen resultado porque la "solución" proviene de la misma actitud mental que el problema.
Cuando un adicto ya ha perdido todo control sobre el uso que hace de un elemento que le sirve para cambiar de estado de ánimo, ¿cómo podría otro intento más de controlarlo constituir una solución duradera?
En el caso del cambio de segundo orden, el problema -y la solución- se sitúan dentro de un conjunto diferente de conceptos y creencias.
El cambio de segundo orden para la adicción implica no esforzarse más por controlar la adicción sino rendirse y admitir la derrota: reconocer que se ha perdido el control.
Esforzarse cada vez más por comportarse bien, por ser aceptado, por actuar mejor, por aparentar que uno se las está arreglando, por ser "normal", es parte de lo que hace a una persona vulnerable a la adicción, para empezar.
Sólo cuando uno deja de esforzarse, se acepta a sí mismo tal como es (aunque sea atrapado en la adicción) y admite que ha perdido el control, entonces podrá empezar a recobrar el control.
Autocontrol vs. Aceptación
Toda la dinámica de la recuperación, de hecho, no radica en el autocontrol, sino en la auto-aceptación.
Sólo cuando uno se acepta tal como es, puede dejar de tratar de controlar las apariencias, advertir con claridad el efecto destructivo del enfoque del “arreglo rápido” y admitir honestamente que no le está dando resultado.
Es ahí donde comienza la recuperación. Porque no hay otra forma de comenzar a hacerlo. Cualquier proceso de rehabilitación psicológica de las drogo dependencias pasa, indefectiblemente, por ello.
Pero esto lo dejaremos para una próxima entrega en la que detallaremos los diferentes acercamientos psicológicos al tratamiento de la adicción.
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