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“La adicción de mi hijo”
May 04, 2018
Recoveco, Tu Persona
“La adicción de mi hijo”
POR MARU LOZANO
Si una palabra o un acto, pueden influir en la vida de una persona, más lo hará una sustancia.
A Marycarmen Blanco, mamá de 52 años de edad, le sorprendía que su hijo cambiara de rutina, empezara a mostrarse intolerante, se exaltara ante mínimos detalles, y que no pudiera siquiera pelar un plátano.
Estando ella en la cocina con su esposo, su hijo de 24 años se acerca, y les confiesa que consume marihuana.
Estos padres de familia ejemplares y trabajadores, en su vida habían estado en contacto con sustancias ni situaciones similares…. imagínense extender las manos porque tu hijo te está entregando marihuana, así como el aparato para triturarla, la pipa y el limpia pipas. Les platicó que en Estados Unidos había conseguido una tarjeta de identificación, emitida por uno de los estados de la Unión Americana donde él estaba estudiando su carrera universitaria.
Todo comenzó en la universidad en EU, cuando uno de sus compañeros de dormitorio le pide que de regalo de cumpleaños, lo acompañe a consumir marihuana; no pudo negarse.
El problema se incrementó porque los brotes psicóticos de Ricardo se ponían cada vez más severos, hasta que Marycarmen tomó las riendas decisivas que la llevaron a consultar a una amiga psicóloga. ¿Para dónde? ¿Por dónde? ¿Qué hacer? Para ella no era momento de sentir sino de actuar. Le recomiendan una clínica en Playas de Tijuana, y ambos papás deciden trasladarlo de inmediato.
Comienza el dolor
A veces no se sabe ni qué duele, pero hay congoja, sin embargo la manera de actuar de una madre es crucial. Estando viviendo ellos en San Diego, ella le pregunta a Ricardo si le gustaría ir a Playas de paseo. Él acepta, y lo llevan a la clínica donde lo reciben con la siguiente pregunta: “¿Te quieres recuperar?”, Ricardo asiente y se queda a recibir 35 días de desintoxicación.
Con esa pena se regresa Marycarmen a su casa, a sentirse con toda la culpa del mundo; a llorar, a confundirse, a no saber cómo acomodarse, mientras su situación le cambia el esquema de vida por completo.
La transformación
Lo único que les ayudó a todos como familia, fue saber que la adicción es una enfermedad; así empieza Marycarmen a dominar la información que recibe, empezando por aceptar que es responsabilidad de Ricardo decidir ese consumo, y responsabilidad de todos ayudarlo.
Después de los 35 días le sugieren la estancia en la Casa de Medio Camino, es decir, un tratamiento integral y psicoterapéutico para afianzar el tratamiento y evitar que recaiga. Marycarmen se decide a trasladarlo y a comenzar en conjunto ese andar, donde a su hijo lo verían sólo los fines de semana, y todos recibirían orientación. Ahí estuvo diez meses, luego un año entero en casa, sin incorporarse a un trabajo en empresa alguna, y hasta entonces se re-insertó con éxito.
En lo que Ricardo estaba en la Casa de Medio Camino, la familia asistía a cubrir los objetivos del programa como reuniones con AL-ANON donde les enseñaron a poner reglas y límites; donde les enseñaron a conocer la enfermedad; a saber cuáles son las señales por si se presenta una recaída; a dominar las técnicas para intervenir asertivamente; a restablecer y fortalecer los vínculos familiares, y a saber cómo apoyar hacia la adaptación de los cambios que dan inicio a la recuperación.
La sanación
Marycarmen hizo un diario en el que iba anotando absolutamente todo lo que vivían desde que internaron a Ricardo, mismo que comparte en su libro: “La Adicción de mi hijo: Dolor, transformación y sanación”.
La sanación de esta madre ejemplar comenzó por la expresión de lo que sentía y de lo que les iba sucediendo. Notó que a los papás que ingresaban, ello les ayudaba enormemente. Documentarse, informarse y compartir, también es un forma de sanar, porque se adquieren las herramientas necesarias. Para Marycarmen está claro que una madre siempre busca la felicidad de un hijo, evitándole el sufrimiento, pero justamente es éste el que los hace madurar y crecer. La comunicación efectiva comienza con el contacto visual y la escucha sin juicio. Aceptar que la enfermedad adictiva se puede tratar, es el motor principal. No cabe duda: a Ricardo lo levantaron las manos de quienes lo guiaron con conocimiento y decisión. Ninguna enfermedad debe ser motivo de vergüenza, sino de tratamiento, y eso significa amar.
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