El siguiente día de haber dejado a mi hijo en clínica, me sentía con mucha ansiedad y desesperación.
Caminaba por toda la casa como león enjaulado sin saber qué hacer y pensando muchas cosas que me estaban haciendo daño.
Hasta que me animé a tomar el teléfono y le marqué a mi mejor amiga de Monterrey. El hecho de que ella me escuchara, no juzgara a Ricardo por su adicción y que además me diera palabras de aliento me ayudaron enormemente a tranquilizarme.
Tener buenas amigas, poder contar con ellas en todo momento, saber que no te juzgarán, sino que simplemente te escucharán, te darán palabras de aliento y sabes que te acompañarán en tu dolor, es una gran bendición. La amistad es un manjar espiritual.
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