
ZOMBIES
ZOMBIES
Fernando Vázquez Rigada.
Kensington Avenue es una vía pública en Filadelfia. O un cementerio. Como se le quiera ver.
En un video escalofriante, decenas de desechos humanos deambulan inconscientes por las aceras.
Decenas de personas —¿jóvenes, viejos?— sobreviven en las aceras sin rumbo: se tambalean. Lloran. Viven en las banquetas. Duermen en cartones, en casas de campaña o a la intemperie. Sus miradas ausentes y sus mentes quemadas por la droga.
No son ya mujeres ni hombres. Son algo distinto: despojos. Recuerdos. Quizá desmentidos de una vida promisoria, talentosa, feliz.
Son zombies.
Son existencias consumidas por la ferocidad de una droga: fentanilo.
Ya no viven, aunque estén a ratos de pie. Porque la vida, nos recuerda James Watson, posee dos sentidos. Uno, el estrictamente biológico, en donde hay vida si se respira; si el corazón, testarudo, late. Pero hay otro: la vida en un sentido especial. La vida que florece por el pensamiento, la consciencia, la espiritualidad.